¡Buen Año, vecino! ¡Buen Año, amigo! Son voces más espontáneas que el clásico Feliz Año Nuevo. De tanto uso, se han gastado como todas las cosas, como las ropas que cubren los cuerpos de la pobreza. Feliz Año Nuevo, palabras que otrora habrán tenido un verdadero deseo de felicidad, ahora solo son sonidos de puro tintineo. Puro significante. Cada vez, menos significado. Se las decimos a los compañeros de trabajo, a los hijos, al verdulero, al taxista, a los hermanos, al empleado del banco, a la vendedora de bijou, a los padres, al heladero, a la peluquera, al limpiavidrios, al vecino, al ordenanza de la oficina, al amigo, al conocido y al desconocido. Mucho uso. Demasiado. Y cada vez, más automático. Y cada vez, con menos sentimiento. Con menos sentido. Sin darnos cuenta.
Por eso, propongo que saludemos con sinceridad, con un saludo auténtico de que el Nuevo Año sea bueno para nuestro interlocutor y para nosotros. Al menos una vez al año seamos francos y diáfanos con un buen deseo. Cielito A.
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